Entrevista a David Charbonneau, el científico que revolucionó la astronomía al liderar el equipo que utilizó por primera vez el método de tránsito para descubrir exoplanetas. Gracias a sus innovadoras contribuciones, junto a Sara Seager, ha sido galardonado con el Premio Kavli de Astrofísica 2024 por el descubrimiento y la caracterización de exoplanetas y sus atmósferas.
Por Anna Lagos para WIRED en Español
David Charbonneau (Ottawa, 1974) es un pionero en la observación de exoplanetas. El científico, que estudió matemáticas y física en la Universidad de Toronto, fue pionero en el uso de observatorios espaciales, como el Hubble y el Spitzer, para estudiar las atmósferas de planetas gigantes fuera del sistema solar, midiendo espectros moleculares tanto de la luz estelar filtrada como de las emisiones infrarrojas de los planetas.
Su pasión por lo grande y lo extraterrestre comenzó desde su infancia. “No recuerdo una época en la que no me apasionaran la astrofísica y Star Trek”, me cuenta cuando le pregunto sobre por qué decidió seguir una carrera como astrofísico. “Mis padres me dejaron elegir el papel tapiz de mi habitación, y opté por una enorme imagen del transbordador espacial sobre el brillante mármol azul de la Tierra. Recuerdo con orgullo el día que, utilizando un mapa estelar, logré localizar la tenue mancha de la galaxia de Andrómeda, ¡el único objeto fuera de nuestra galaxia que puede verse a simple vista!”, relata.
Más tarde, se trasladó a Estados Unidos para realizar un doctorado sobre exoplanetas en la Universidad de Harvard, donde defendió su tesis, en 2001, tras haber llevado a cabo observaciones en el High Altitude Observatory, de Boulder, Colorado. Charbonneau observó por primera vez un planeta extrasolar, conocido como HD 209458b, utilizando lo que hoy se denomina el método de tránsito, que consiste en medir la disminución de la luz emitida por la estrella madre del exoplaneta cuando el planeta pasa entre la estrella y la Tierra. Al utilizar esta medición para calcular el radio del planeta y luego combinar ese valor con su masa (obtenida previamente mediante una técnica existente que mide el tambaleo en el movimiento de la estrella causado por el planeta), los investigadores pudieron establecer la densidad del planeta. Su conclusión: HD 209458b es un “gigante gaseoso”, como Júpiter y Saturno. Charbonneau utilizó la técnica del tránsito para estudiar exoplanetas más pequeños, como las “supertierras” (que son hasta el doble de grandes que nuestro planeta) o incluso planetas similares a la Tierra. Se cree que estos objetos constituyen la mayor parte de los quizás 100 mil millones o más de exoplanetas de nuestra galaxia, la Vía Láctea, pero generalmente producen pequeñas caídas en la luz de las estrellas. Charbonneau ha solucionado este problema utilizando una flota de telescopios robóticos para sondear estrellas “enanas M” muy pequeñas y frías, contra las que incluso los planetas similares a la Tierra pueden dejar su huella.
“En el sistema universitario canadiense, generalmente tienes que elegir tu especialidad al solicitar la admisión. Así que, cuando llegó mi último año de secundaria, elegí biología. Me atraía porque estaba llena de preguntas interesantes y relevantes, mientras que la física me parecía limitada a diagramas de fuerzas y poleas sin fricción. Sin embargo, en ese último año, descubrí una profunda pasión por la física. Recuerdo estar sentado en la entrada de mi casa durante el breve y caluroso verano canadiense, leyendo Una breve historia del tiempo de Stephen Hawking, y quedando fascinado por las ideas de la relatividad general y la mecánica cuántica. ¿Por qué no me habían enseñado estas ideas en mis clases de física? Por sugerencia de mi madre, cambié mi especialidad a física en el último momento, ¡y fue un consejo acertado! Es interesante que, de alguna manera, he logrado combinar ambos intereses a través de la búsqueda astronómica de mundos habitados”, explica Charbonneau.
Luego realizó una investigación posdoctoral en el Instituto Tecnológico de California. Primero, utilizó esta técnica para confirmar la presencia de un “Júpiter caliente” en órbita alrededor de la estrella HD209458, empleando un pequeño telescopio de 4 pulgadas. Posteriormente, comenzó a estudiar las atmósferas de exoplanetas, logrando en 2001 identificar sodio en la atmósfera de HD209458 utilizando datos del Telescopio Espacial Hubble. Tres años más tarde, midió por primera vez la emisión térmica de un exoplaneta mediante observaciones del Telescopio Espacial Spitzer.

En 2004, regresó a Harvard como profesor, donde continúa su labor docente y de investigación dos décadas después. A lo largo de su destacada carrera, Charbonneau ha recibido numerosos premios, entre ellos el premio Alan T. Waterman de la National Science Foundation en 2009, el premio Raymond y Beverly Sackler en Ciencias Físicas en 2012, y el premio Blavatnik en Ciencias Físicas e Ingeniería en 2016. También es miembro de la Academia Nacional de Ciencias y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias.
Además de medir las propiedades de los exoplanetas, Charbonneau también ha utilizado el método de tránsito para realizar espectroscopias de atmósferas exoplanetarias. Uno de estos métodos consiste en medir la luz estelar que se filtra a través de la atmósfera de un planeta. El cuerpo del planeta y la atmósfera juntos bloquean la luz estelar, pero el poder de bloqueo de la atmósfera depende de la longitud de onda (dados los espectros de absorción molecular específicos). El resultado es que el tamaño del planeta (cuerpo más atmósfera) parece variar según la longitud de onda de la luz que se mide, lo que revela el contenido de la atmósfera.
David Charbonneau realiza la entrevista, la semana que recibiría el premio Kavli, por sus trabajos en Astrofísica en Oslo, en Noruega. El Premio Kavli reconoce a los científicos que han realizado avances en astrofísica, nanociencia y neurociencia, transformando nuestra comprensión de lo grande, lo pequeño y lo complejo. El Premio está dotado con un millón de dólares estadounidenses en cada uno de los campos científicos.

¿Qué te inspiró inicialmente a seguir una carrera en astrofísica, y específicamente en el estudio de exoplanetas?
Mis padres siempre me alentaron mucho, ambos eran científicos profesionales. Mi papá era geólogo en el Servicio Geológico de Canadá y mi mamá trabajaba en salud y bienestar, enfocándose en toxicología, estudiando los venenos en los alimentos y cómo mantener a las personas saludables. Desde niño, tuve un gran interés por la ciencia, pero en ese entonces los exoplanetas aún no se conocían. En mi infancia, la astronomía se centraba en temas como el Big Bang y los agujeros negros. Todos sabían que sería emocionante buscar vida en otros planetas, pero nadie había descubierto un planeta fuera de nuestro sistema solar; eso no ocurrió hasta 1995. Cuando terminé mis estudios de pregrado y estaba considerando si debía continuar en la escuela de posgrado, decidí ir a Harvard a estudiar astronomía. Fue en ese momento cuando se descubrió el primer exoplaneta, y eso cambió por completo el rumbo de mi carrera. Me emocioné tanto con este nuevo campo que realicé mi primer proyecto sobre exoplanetas, y fue una experiencia tan fascinante que nunca volví atrás. Llevo 25 años dedicándome a ello desde entonces.
“Todos sabían que sería emocionante buscar vida en otros planetas, pero nadie había descubierto un planeta fuera de nuestro sistema solar; eso no ocurrió hasta 1995”.
David Charbonneau.

¿cómo influyeron tus experiencias durante tu doctorado y tu investigación postdoctoral en tu enfoque para estudiar exoplanetas?
Creo que lo que me atrajo de los exoplanetas fue la sencillez de plantear preguntas básicas que cualquier persona, incluso los no científicos, podía entender y encontrar fascinantes, como si existían planetas alrededor de otras estrellas o si había vida en otros planetas. Además, podías avanzar en estas investigaciones con un equipo muy reducido, como mi asesor y yo, y nadie más estaba trabajando en ello en ese momento. Aunque ahora es un campo enorme, en ese entonces era muy pequeño. Iba a conferencias donde solo había entre 30 y 40 personas, y eso era todo el mundo que se dedicaba a este tema. Aprendí mucho de esa etapa. Creo que hay algo especial en un campo cuando está en sus inicios, lleno de oportunidades. Es un entorno ideal para los estudiantes, como lo fue para mí, ya que puedes hacer contribuciones significativas. Una de las cosas de las que más me enorgullezco es haber desarrollado nuevos métodos, formas innovadoras de encontrar planetas que nadie había explorado antes. Luego, ver cómo la comunidad adoptó esos métodos para avanzar realmente en el campo fue gratificante. Necesitas aplicarlos en muchos planetas y contar con muchas personas para poder armar un panorama completo, ya que se trata de una población enorme. Lo que más disfruté durante mis años de posgrado y como investigador postdoctoral fue crear esas nuevas herramientas. Y he seguido trabajando en eso a lo largo de mi carrera.
“Una de las cosas de las que más me enorgullezco es haber desarrollado nuevos métodos, formas innovadoras de encontrar planetas que nadie había explorado antes. Luego, ver cómo la comunidad adoptó esos métodos para avanzar realmente en el campo fue gratificante”.
¿Puedes compartir algunos desafíos particulares o momentos memorables de tu tiempo en el Observatorio de Alta Altitud en la universidad?
Cuando empecé a trabajar en exoplanetas, mi primer proyecto no tuvo éxito. En aquel momento, los primeros planetas se habían descubierto utilizando el método de la oscilación, pero había un gran debate. Muchos astrónomos creían que esos planetas no eran reales y que, en realidad, las estrellas estaban cambiando o pulsando de una manera desconocida hasta entonces. Con los instrumentos de la época, estas variaciones estelares se malinterpretaban como la presencia de planetas. Así que la gran pregunta era: ¿realmente existen los planetas o no? Mi primer proyecto consistió en intentar medir la luz reflejada de un planeta para demostrar que realmente estaba allí. Sin embargo, fue un reto enorme. Trabajé en ello durante dos años sin publicar ningún artículo ni lograr resultados. Volvía a casa, donde vivía con un grupo grande de estudiantes en una cooperativa, y todos los días me preguntaban: “¿Hoy encontraste un planeta?”. Yo les decía: “No, hoy no”, y nos reíamos juntos.
“Muchos astrónomos creían que esos planetas no eran reales y que, en realidad, las estrellas estaban cambiando o pulsando de una manera desconocida hasta entonces. Con los instrumentos de la época, estas variaciones estelares se malinterpretaban como la presencia de planetas”.
Aunque era un ambiente de camaradería, comencé a dudar si este proyecto realmente valía la pena, especialmente al ver que mis compañeros de estudios publicaban muchos artículos en otros campos. Lo que más me enseñó esta experiencia fue a ser extremadamente cuidadoso y meticuloso con el análisis de datos, algo que me resultó invaluable. Tras esos dos años de aprendizaje, decidí cambiar de enfoque en mi segundo proyecto. Esta vez no busqué luz reflejada, sino planetas que pasaban frente a sus estrellas. Esa estrategia sí funcionó. La lección principal es no rendirse y seguir persiguiendo aquello que realmente te apasiona, sin preocuparse por lo que otros estudiantes están haciendo o por compararse con ellos. Creo que esa mentalidad me ayudó a mantener una actitud positiva, lo que eventualmente me permitió lograr ese gran descubrimiento que ahora está siendo reconocido con el Premio Kavli. Pero lo importante es entender que todo esto fue precedido por desafíos reales y lecciones aprendidas.
“Descubrimos que una de cada cuatro estrellas en la galaxia tiene un planeta con estas características. Este, para mí, es el mayor descubrimiento utilizando el método de tránsito, porque bien podría haber resultado que planetas similares a la Tierra fueran extremadamente raros”.

Has estado a la vanguardia utilizando el método de tránsito del que hablas para detectar exoplanetas. ¿Cuál consideras que es el avance o descubrimiento más significativo que ha resultado de esta técnica?
El método de tránsito permite medir con precisión el tamaño de un planeta. Además, combinando este método con el de la oscilación, también es posible determinar su masa. Con ambos datos, se puede calcular la densidad del planeta y, así, deducir de qué está hecho. El mayor avance logrado con este método fue gracias a la misión Kepler. Después de haberlo utilizado en observaciones desde la Tierra, la NASA lanzó una gran misión que observó 150,000 estrellas, y, al estar en el espacio, pudo detectar planetas extremadamente pequeños. A partir de esos datos, trabajé con Courtney Dressing, quien ahora es profesora en Berkeley. Juntos investigamos cuán comunes son los planetas similares a la Tierra, es decir, aquellos con una temperatura adecuada para la existencia de agua líquida y, por ende, para albergar vida. Descubrimos que una de cada cuatro estrellas en la galaxia tiene un planeta con estas características. Este, para mí, es el mayor descubrimiento utilizando el método de tránsito, porque bien podría haber resultado que planetas similares a la Tierra fueran extremadamente raros, como uno en un millón o uno en un billón, lo cual no sería sorprendente. De haber sido así, significaría que el más cercano estaría tan lejos que nunca podríamos estudiarlo. Sin embargo, al ser uno de cada cuatro, basta con observar las 10 o 20 estrellas más cercanas para encontrar varios de estos planetas potencialmente habitables.
¿Qué significa para ti “lo grande”? ¿Podrías contarme cuál sería para ti una de las contribuciones más importantes de la astrofísica para entendernos mejor en el Espacio?
Una de las contribuciones más importantes de la astrofísica en los últimos 100 años ha sido la comprensión de que el universo es infinito. Incluso desde el momento de su nacimiento, aunque está en expansión, es infinito en el espacio. Este concepto es profundo y pone en perspectiva la condición humana. Nuestros cuerpos, al igual que la Tierra, son insignificantes en comparación con las vastas distancias entre las estrellas y galaxias. De la misma manera, ahora sabemos que el universo tiene 14 mil millones de años, lo que también recontextualiza nuestra existencia. Si vives 60 u 80 años, esos años son sumamente valiosos. Sin embargo, al darnos cuenta de que el universo seguirá existiendo indefinidamente, y que ya lleva 14 mil millones de años, cobra aún más sentido nuestra pequeñez en el gran esquema de las cosas. Eso es lo que ofrece la astronomía: una perspectiva profunda sobre la experiencia humana y nuestro lugar en el cosmos.
“Lo que realmente me emociona ahora es el estudio de planetas pequeños. Comenzamos investigando planetas grandes, como Júpiter, porque son más fáciles de detectar y tienen características interesantes, pero ahora nuestro enfoque está en planetas rocosos. Queremos entender si estos planetas tienen atmósfera”.
Tu trabajo con el Telescopio Espacial Hubble y el Telescopio Espacial Spitzer ha llevado a descubrimientos revolucionarios en las atmósferas de exoplanetas. ¿Cuál fue el descubrimiento más sorprendente que hiciste con respecto a las atmósferas de exoplanetas?
El primer gran avance en el estudio de las atmósferas de exoplanetas ocurrió cuando detectamos un planeta en tránsito y descubrimos que podíamos utilizar la luz de la estrella al pasar a través de su atmósfera para analizar su composición química. Este método ha sido clave durante los últimos 20 años, permitiéndonos aprender mucho sobre los átomos, las moléculas y la química de diferentes atmósferas. De manera similar, el Telescopio Espacial Spitzer nos permitió observar la luz infrarroja, es decir, la radiación térmica de estos planetas.
Lo que realmente me emociona ahora es el estudio de planetas pequeños. Comenzamos investigando planetas grandes, como Júpiter, porque son más fáciles de detectar y tienen características interesantes, pero ahora nuestro enfoque está en planetas rocosos. Queremos entender si estos planetas tienen atmósfera. En nuestro propio sistema solar, los cuatro planetas rocosos —Mercurio, Venus, Tierra y Marte— presentan gran variación: Mercurio no tiene atmósfera, Marte tiene una atmósfera muy delgada, la Tierra tiene una atmósfera equilibrada, y Venus tiene una atmósfera muy densa, lo que lo hace inhabitable. La pregunta clave es, entonces, ¿cuánta atmósfera es la cantidad justa para que un planeta sea habitable? En los últimos años, por ejemplo, Laura Kreidberg, una postdoctoranda que trabajaba conmigo en el Centro de Astrofísica, obtuvo una gran cantidad de datos del Telescopio Espacial Spitzer para estudiar uno de los planetas rocosos más calientes. Lo que descubrimos fue que no tenía atmósfera. Ahora sabemos con certeza que algunos planetas no tienen atmósfera en absoluto, aunque esto es más común en los planetas más calientes, lo cual no es sorprendente. El próximo paso es investigar planetas más fríos y ver si logran conservar sus atmósferas o si también las han perdido. Quizás la Tierra sea única en este sentido. Si tuviera que elegir una pregunta crucial sobre atmósferas, sería: ¿estos planetas rocosos que estamos descubriendo realmente tienen atmósfera?
El proyecto M-Earth ha sido un esfuerzo significativo en la búsqueda de exoplanetas similares a la Tierra alrededor de estrellas enanas M. ¿Cómo ves el futuro de este proyecto y cuáles son los próximos pasos en esta investigación?
La idea detrás del proyecto M-Earth fue realizar un estudio exhaustivo de todas las estrellas cercanas y pequeñas para encontrar planetas rocosos que transiten frente a ellas. Estos serían los planetas más cercanos a la Tierra, nuestros “mejores vecinos”. Una vez que los encontramos, su estudio continuará indefinidamente, tanto en el presente como dentro de cien años, ya que son los mejores candidatos para la investigación. Estoy muy orgulloso de que logramos realizar este proyecto, encuestando todo el cielo durante aproximadamente 12 años, y descubrimos una gran cantidad de planetas. Ahora, muchas personas están estudiando las atmósferas de esos planetas. Sin embargo, recientemente cerramos el proyecto M-Earth porque ya hemos encuestado todas las estrellas posibles. Creo que, en la ciencia, el reto es saber cuándo es momento de cerrar un ciclo y pensar en el futuro o en nuevas direcciones. La razón por la que lo detuvimos es porque hemos creado un nuevo proyecto llamado Tiaras, que busca continuar el trabajo de M-Earth con un enfoque más preciso y ambicioso. Ahora estoy trabajando con Juliana García Mejía, una estudiante de Colombia que estaba en Harvard, y juntos hemos desarrollado lo que sigue después de M-Earth: un telescopio mucho más grande y extremadamente preciso. Todo en este nuevo proyecto se construye con una precisión impresionante. Lo que estamos haciendo ahora es observar algunos de los planetas que ya conocemos para ver si tienen lunas o si hay otros planetas más alejados en el sistema. M-Earth logró identificar las primeras estrellas con planetas, y ahora, con un instrumento más potente como Tiaras, podemos seguir estudiando esos sistemas en detalle, buscando otros cuerpos como lunas o planetas adicionales.
¿Qué avances en tecnología o técnicas de observación crees que serán los más transformadores para el estudio de exoplanetas en la próxima década?
Diría que los dos avances más emocionantes en este campo son realmente significativos. El primero es la construcción de telescopios terrestres enormes. Necesitamos estos grandes telescopios porque solo hay unas pocas horas en las que un planeta transita frente a su estrella, y es en ese breve lapso cuando se puede observar su atmósfera. Para aprovechar al máximo ese tiempo limitado, es necesario recolectar una gran cantidad de luz, lo cual solo es posible con telescopios de gran tamaño. Uno de los proyectos en los que estoy involucrado es el Telescopio Magallanes Gigante, que se está construyendo en Chile. La idea es utilizar este telescopio para buscar oxígeno en las atmósferas de estos planetas, ya que en la Tierra, el oxígeno no es solo una molécula; es un producto de la vida, generado por la fotosíntesis. Si encontramos oxígeno en la atmósfera de otro planeta, podría ser un indicio de que no solo tiene una atmósfera, sino que posiblemente alberga vida. El segundo avance, más a largo plazo, es el Observatorio de Mundos Habitables, una instalación que la NASA está planificando. Este será un telescopio espacial muy grande que no solo estudiará planetas mediante tránsitos, sino que también podrá capturar imágenes directas de los planetas y analizar sus atmósferas. La capacidad de separar el planeta de su estrella y observar directamente su atmósfera será un gran paso adelante, ya que permitirá estudiar la luz del planeta de manera más precisa. Sin embargo, esto requerirá el desarrollo de tecnologías y ópticas muy novedosas. Se espera que este telescopio se lance en unos 10 o 15 años, pero ya está en camino. Con él, podremos buscar planetas similares a la Tierra alrededor de estrellas como el Sol y compararlos directamente con nuestro planeta.
Y con tu amplia experiencia, ¿cómo ves el papel de la colaboración interdisciplinaria en el estudio de exoplanetas?
Creo que los exoplanetas representan, en muchos sentidos, el campo interdisciplinario por excelencia. ¿Qué hacemos los astrónomos? Bueno, construimos telescopios, analizamos datos y descubrimos planetas. Pero, ¿por qué lo hacemos? Porque queremos saber si esos planetas se parecen a la Tierra. Para responder a esa pregunta, necesitamos colaborar con geólogos, que estudian la Tierra, y con biólogos, que nos ayudan a entender cómo ha cambiado la Tierra a lo largo del tiempo. Por ejemplo, estoy interesado en construir instrumentos para detectar oxígeno en las atmósferas de otros planetas. Pero cuando hablas con biólogos o geobiólogos, te explican que el oxígeno en la Tierra solo se acumuló recientemente en su historia. Durante la mayor parte del tiempo, la Tierra tuvo vida, pero no oxígeno en cantidades significativas en su atmósfera. Esta información es crucial porque nos recuerda que el oxígeno no siempre ha sido un indicador de vida. Por lo tanto, a medida que avanzamos en el estudio de planetas rocosos, potencialmente habitables, es fundamental que los geólogos, biólogos y astrónomos trabajen en conjunto. Si realmente queremos interpretar los datos que obtendremos, que en su mayoría serán muy limitados, necesitamos usar el conocimiento de la Tierra como referencia. Solo así podremos comprender mejor los exoplanetas que estamos descubriendo.
Dada tu participación en la educación y divulgación pública, ¿qué consejo darías a los jóvenes científicos que aspiran a trabajar en el campo de la investigación de exoplanetas?
El campo ya ha alcanzado un nivel de madurez, muy distinto a cuando yo era estudiante. Sin embargo, todavía queda mucho espacio para la innovación y las ideas creativas. El verdadero desafío está en elegir el proyecto adecuado. A menudo, somos demasiado adversos al riesgo. Cuando asesoramos a los estudiantes, cada uno cuenta con un comité, lo cual es algo positivo porque asegura que tengan acceso a buenas oportunidades y recursos. No obstante, los comités suelen ser conservadores por naturaleza, y su objetivo es evitar que el estudiante fracase. El problema es que, a veces, no recordamos lo suficiente a los estudiantes que deben optar por proyectos que tengan el potencial de generar un gran avance. Un proyecto verdaderamente valioso es aquel que, si todo sale bien, puede llevar a un descubrimiento importante. Mi consejo para los estudiantes es que, al elegir un proyecto, se pregunten si tiene la posibilidad de ser un avance significativo. Es cierto que muchas veces se elige un proyecto y, aunque todo salga perfectamente, el resultado es incremental. No hay nada malo en la ciencia incremental; de hecho, la mayoría de mi trabajo es así. Sin embargo, cuando emprendes un proyecto, debe tener el potencial de ser revolucionario, con la comprensión de que, probablemente, eso no sucederá.
Elige proyectos que puedan marcar una diferencia, porque al final, todos estamos aquí por esos momentos raros y excepcionales en los que realmente aprendemos algo nuevo sobre el universo que nadie ha descubierto antes.
“Ahora conocemos más de 6,000 planetas y seguimos descubriendo nuevos cada día, además de obtener información valiosa sobre sus atmósferas. Hay planes concretos para el futuro en la búsqueda de vida en otros planetas, lo que es realmente emocionante”.
Has recibido varios premios prestigiosos a lo largo de tu carrera, incluido el Premio Kavli. ¿Cómo ha impactado este reconocimiento en tu trabajo y tu perspectiva sobre el campo de la astrofísica?
Estoy muy agradecido por este premio, y para mí representa un reconocimiento no solo a mi trabajo, sino a todo el campo de los exoplanetas. Estoy aquí en Oslo con otros científicos, incluyendo muchos jóvenes que también estudian exoplanetas, y todos celebramos que, en los últimos 25 años, este campo ha florecido. Ahora conocemos más de 6,000 planetas y seguimos descubriendo nuevos cada día, además de obtener información valiosa sobre sus atmósferas. Hay planes concretos para el futuro en la búsqueda de vida en otros planetas, lo que es realmente emocionante.

Este premio no es solo para mí ni para Sarah Seeger, la otra galardonada, sino que celebra todo el campo de los exoplanetas y nos permite compartir esa alegría con la comunidad científica y el público. Un gran beneficio de este premio es que, con suerte, ayudará a involucrar al público en general y a despertar su curiosidad. Creo que todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos preguntado si hay vida en otros planetas. No es una pregunta exclusivamente científica, es una cuestión fundamental. Lo que la Fundación Kavli está haciendo con este premio es recordarnos esa alegría y curiosidad simple, y celebrar la investigación científica básica. Espero que todos puedan dedicar un poco de tiempo a aprender sobre este campo, ya sea leyendo tu artículo o cualquier otra fuente, para entender cómo los científicos estamos haciendo estos descubrimientos. Hoy vivimos en un mundo donde todavía no sabemos si hay vida en otros planetas. Pero si llegamos a encontrarla, cada generación futura vivirá en un mundo donde siempre hubo vida más allá de la Tierra; simplemente no lo sabíamos. Este premio, en parte, nos recuerda que estos descubrimientos, que no solo ocurren una vez en una vida, sino quizás una vez en la historia de la humanidad, pueden estar a la vuelta de la esquina. Y nosotros tenemos la suerte de estar vivos en el momento en que se están haciendo, lo que nos permite ser parte de algo verdaderamente trascendental.